Acercándonos, en el tiempo, a la Semana Santa conviene lograr también un acercamiento espiritual a ella. Pero para ello tendríamos que entender de qué se trata este tiempo, pues todo en el mundo actual nos habla exactamente de lo contrario a lo que es.
En estos días
santos los cristianos nos unimos a la
pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; y para ello,
requerimos entrar a esa dimensión interior en la que lo podemos encontrar.
Recordar, meditar, reflexionar y luego salir para vivir, lo que hemos hallado,
con el otro.
Cómo lograrlo
si no buscamos consciente y voluntariamente en libertad ese espacio físico y
espiritual para encontrarnos personalmente con el Señor. Queda claro que en las
fiestas, en las reuniones sociales de carácter profano, no lo lograremos. Se
requiere, además, una disposición y deseo firme de acompañarlo en fidelidad,
dos mil años después. Hacerlo por amor al Amor.
Si todo el
año nos mantenemos cerca al Señor, será más fácil vivir la Semana Santa en
identificación con Él, pero si nuestro caminar diario de los más de 300 días ha
sido un caminar con distanciamiento de Dios, lo más probable es que se nos haga
muy difícil acompañarlo, cargar la cruz, no abandonarlo y esperar su
resurrección.
La cuaresma
ayuda mucho como preparación para esta Gran Semana, es un tiempo propicio para
volver al camino si nos hemos alejado de él. Vivir los 40 días con sus signos,
prácticas piadosas, mortificaciones y la Palabra de Dios serán de gran utilidad
para ejercitarnos en la cercanía a Dios y alejamiento de lo que nos mantenía
distraídos o lejanos de Él. Es tiempo de conversión, lo que exige un cambio de
mente y corazón, que nos lleva a una acción evangélica con Dios y con el otro.
Y todo esto nos prepara para la Semana Santa que culminará con la Resurrección
del Señor, liberándonos de las ataduras del maligno, llenándonos de gozo porque
Jesús está vivo y porque estará en nuestra mente y corazón el deseo ardiente de
compartir esa alegría, por todo lo que ha hecho el Señor por nosotros.
La Semana Santa
ya está cerca. ¿Qué tan cerca estamos nosotros del Señor? ¿Cuánto nos hemos
acercado o alejado de Él? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo, ayudarle a cargar
la cruz, a no negarlo ni abandonarlo? ¿O nos lavaremos las manos y hasta
diremos “¡Crucifícalo!”?